ID-10070289Me conformo con saber que, una vez que la suerte nos alcance, tendré el derecho a exigir que mis futuros datos personales (gesticulación, códigos de emoción, tono y matiz de voz) estarán bajo custodia de quien los proteja adecuadamente, pero sobre todo, que serán usados para fines que no contravengan mi integridad emocional.

La primera vez que vi la película “el decálogo” del cineasta polaco Krzysztof Kieślowski(1) uno de los protagonistas es un niño genio precoz de tan sólo 10 años de edad, quien programa algoritmos matemáticos para hacerle preguntas a su computadora personal; llegué a pensar sobre lo práctico que puede ser conocer el lenguaje de las computadoras. Uno de los cortometrajes muestra al niño genio automatizando el acceso de las puertas de su casa, pero también haciéndole preguntas a su computadora sobre cuáles eran los sueños de su madre.

Otra de las películas que lleva a pensamientos futuristas es la saga ”La guerra de las galaxias”, es fácil concluir que todo pensamiento futurista puede ser el inicio perfecto para una idea innovadora.

Al trasladar el tema futurista e innovador a la protección de datos personales, surge la necesidad de anticiparse (ir un paso adelante), a las ideas de los intrusos e incluso a aquellos sistemas que pueden ser capaces de predecir las emociones.

El Dr. Neil R. Carlson (2), en su libro sobre la “Fisiología de la conducta”, define el término “emoción”como una referencia a conductas, respuestas fisiológicas y sentimientos. Precisa que los patrones de respuestas emocionales están formados por conductas para afrontar situaciones concretas y por respuestas fisiológicas que sustentan esas conductas. Bajo el entendido de que muchas especies animales (incluidas la nuestra) comunican sus emociones a otros mediante cambios posturales, expresiones faciales y sonidos no verbales (tales como suspiros, gemidos y gruñidos); estas expresiones ejercen funciones sociales que dejan saber a otros individuos cómo nos sentimos y, lo más importante, la acción que probablemente realizaremos.

El pasado viernes 7 de febrero, el escritor Juan Villoro publicó en su columna del periódico Reforma, su inquietud sobre la rigurosa vigilancia a la que nos somete la realidad virtual y, según el New York Times, la clasificación facial según los nuevos diseños tecnológicos. Se trata no de ideas que acaban de ser patentadas, sino de servicios que ya se encuentran en el mercado. FaceFisrt (www.facefirst.com) utiliza tecnología de punta para determinar la conducta de quien se visualiza en una videocámara y asocia las facciones de los clientes con su comportamiento previo.

De acuerdo con el Dr. Carlson, la región anterior de la circunvolución cingulada parece intervenir en el aspecto motor de la risa, mientras que la apreciación está controlada por circuitos neuronales especiales. Esto explica que la expresión facial de las emociones (y otras conductas estereotipadas como reír y llorar) resultan casi imposibles de simular. Es así como hay razones para creer que nuestra sonrisa es una expresión única, que pese a que se registren en un algoritmo muy sofisticado para su codificación y clasificación, es y seguirá siendo un dato personal que nos identifica en cualquier parte del mundo, es así como me gusta pensar que los movimientos de la cara son la huella digital de las emociones faciales.

Lo anterior no sólo me lleva a reflexionar sobre los avances en la robótica, donde cada vez es más tangible la construcción de los robots con un parecido a los humanos, también reflexiono sobre la forma en la que han comenzado a expresar sus sentimientos y hasta responder a estímulos de quienes están en su entorno, anticipándose incluso a las necesidades de sus creadores, tanto para hacerles compañía, como asistirlos en cualquier lugar a donde se trasladen; en esencia unos verdaderos autómatas. En alguna ocasión que me encontraba en un aeropuerto internacional, y mientras hacia la labor de transborde, me sentí víctima de la mercadotecnia, el spam y los autómatas. En el momento en el que caminaba de una sala de espera a otra, una imagen digital se proyectaba en el piso justo un paso frente a mí, dicha imagen incentivaba a comprar bebidas refrescantes en los dispensadores que se encontraban localizados de manera estratégica, a la vista de todos e incluso a precios accesibles. Luego de caminar 1 km y no cambiar mi rumbo para adquirir uno de sus productos, la proyección decidió no seguirme más.

Sin pretender ser experto en la Ley de Protección de Datos Personales, pero teniendo presente las ventajas que ésta me trae como ciudadano, me veo en la necesidad de buscarle respuesta a las siguientes preguntas:

  • Las compañías de marketing y posicionamiento Web, ¿están pensando alimentar sus algoritmos con inteligencia artificial y con códigos que traduzcan las emociones?
  • Las videocámaras instaladas en los centros comerciales, ¿en verdad serán usadas para monitorear la seguridad de los visitantes y no para analizar sus gestos y ofrecer productos según las necesidades basadas en el estado de ánimo?
  • El gobierno de nuestro país, ¿se dio cuenta de la necesidad e importancia de anticiparse a la revisión y actualización de las leyes que protegen la información sensible de sus ciudadanos?

Me conformo con saber que, una vez que la suerte nos alcance, tendré el derecho a exigir que mis futuros datos personales (gesticulación, códigos de emoción, tono y matiz de voz) estarán bajo custodia de quien los proteja adecuadamente, pero sobre todo, que serán usados para fines que no contravengan mi integridad emocional.

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(1) Kieślowski, K. (Dirección). (1989). El Decálogo [Película]

(2) Carlson, N. R. (2009). Fisiología de la Conducta. USA: Pearson – Addison Wesley.

(3) Villoro, J. (7 de Febrero de 2014). Inconvenientes de tener cara. Reforma, pág. 11.

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